domingo, 29 de marzo de 2009

SILLAS DE MONTAR CALIENTES (Blazind Saddles). 1974. Valoración: 7,50



La construcción de la línea del ferrocarril llega a un pequeño pueblo del oeste llamado Rock Ridge.
La tierra allí se revalorizará una fortuna, pero sus habitantes ya son propietarios de su propio terreno.
Bart es un negro que trabaja en la construcción de la vía del ferrocarril que cruza el Oeste y su territorio indio. A punto de ser colgado de una soga, no le queda más remedio que aceptar el cargo de sheriff de Rock Ridge. Detrás de esta decisión está el corrupto y usurero Gobernador William J. Lepetomaine y su malvado ayudante Hedley Lamarr. Los dos esperan y desean que con un sheriff negro en el lugar reine la anarquía y sus habitantes abandonen el lugar y sus tierras, pudiendo así venderlas a la compañía del ferrocarril.
Bart, sin embargo, contará con la ayuda del pistolero más rápido, Jim The Waco Kid.



Entretenida y muy simpática parodia del oeste, a cargo del inefable Mel Brooks, en esos momentos en plena forma física y mental.
Es irregular en sus gags, pues la cinta está llena de ellos y, claro, hay de todo, desde momentos desternillantes e hilarantes, hasta alguna chorrada marca de la casa. Pero siempre sacando la sonrisa y muchas veces la franca risa al espectador, que contempla todo divertido y acaba aceptando la propuesta de Brooks, que no en vano, entre chiste y chiste, arremete contra los políticos corruptos, los especuladores y los vividores.




Es un canto a la lucha contra la injusticia, y para narrar todo ello, con un buen ritmo, conseguidos diálogos y estupendas interpretaciones (nada menos que gente como Cleavon Little, Slim Pickens, Dom de Luise y/o el finado y siempre recordado Gene Wilder), emplea una buena base técnica, sólida, que consigue una perfecta ambientación de la época y una preciosa fotografía y banda sonora. Es decir, que formalmente es impecable.
Una película que, quizás vista hoy en día no luzca tan bonita como antaño pues el sentido del humor ha cambiado en el mundo, pero sigue siendo un buen ejemplo de un cine cómico tendente a la desaparición, y del que el bueno de Mel Brooks es uno de sus últimos exponentes.
Está bien, es agradable de ver y todavía muchos de su gags siguen conservándose tan frescos como cuando se rodó.




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