Empezará a imponer "su" ley, a consecuencia de la cual muchos hombres, incluso inocentes "que pasaban por allí", morián ahorcados por sus estrafalarias sentencias.
Sólo hay una persona a la cual rinde pleitesía, la famosa artista Lily Dantry, a quien venera en la distancia.

En aquella ocasión el personaje del juez Roy Bean, importantísimo e imprescindible en la historia, era el segundo más importante, esto es, no era el protagonista. Y en esta ocasión, sí.
Este juez, Bean, existió realmente y John Huston, al que ya se sabe le gustaban preferentemente los personajes perdedores, aborda la historia de forma más realista, sucia y oscura que lo hiciera Wyler, pero también con su particular lirismo.

El resultado final es una obra no tan redonda como la primigenia, no tan brillante y magistral, y sí más irregular, pero francamente estimulante y, sobre todo, tremendamente entretenida y amena.
Mezlca, como buen narrador cinematográfico que se precie, la realidad con la leyenda, y consigue gracias a un ritmo sostenido y la sinfin presencia de grandes intérpretes (Newman, la gran Ava Gardner, Keatch, Bissett, McDowall...), un excitante film, con momentos sobrecogedores, llenos del peculiar humor excéntrico del personaje del juez y allegados, con otros menos memorables e incluso sobrantes.
La película está considerada de forma unánime por los críticos como menor dentro de la filmografía de Huston, y creo que bien pudieran tener razón, pero siempre es conveniente revisitar este trabajo, al ser fresco y divertido a la par que espectacular en algunos tramos.
En mi opinión no convence del todo, pero es agradecida y siempre deja un buen sabor de boca.
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